Rorate caeli, un canto gregoriano de Adviento
El himno Rorate caeli (palabras latinas que inician y dan nombre a un antiguo introito gregoriano), es considerado como una de las más bellas y sublimes composiciones no solo de Adviento, sino de todo el repertorio litúrgico de la historia del cristianismo. Sus versos vienen del libro del profeta Isaías (45, 8), en los que se suplica:
“¡Que los cielos, desde las alturas, derramen su rocío; que las nubes hagan llover la victoria; ábrase la tierra y brote la felicidad y, al mismo tiempo, ella haga germinar la justicia! Soy yo, el Señor, la causa de todo eso”.
El estribillo "Rorate cæli desuper, te nubes pluant iustum" se intercala con estrofas formadas por pasajes bíblicos utilizados en la liturgia del Adviento. Las tres primeras son de plegaria y admonición. La cuarta y última estrofa comprende un mensaje esperanzado de consuelo y ayuda divina.
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Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
1. Ne irascaris Domine, ne ultra memineris iniquitatis:
ecce civitas Sancti facta est deserta:
Sion deserta facta est: Jerusalem desolata est:
domus sanctificationis tuae et gloriae tuae,
ubi laudaverunt te patres nostri.
Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
2. Peccavimus, et facti sumus tamquam immundus nos,
et cecidimus quasi folium universi:
et iniquitates nostrae quasi ventus abstulerunt nos:
abscondisti faciem tuam a nobis,
et allisisti nos in manu iniquitatis nostrae.
Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
3. Vide Domine afflictionem populi tui,
et mitte quem missurus es:
emitte Agnum dominatorem terrae,
de Petra deserti ad montem filiae Sion:
ut auferat ipse iugum captivitatis nostrae.
Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
4. Consolamini, consolamini, popule meus:
cito veniet salus tua:
quare maerore consumeris, quia innovavit te dolor?
Salvabo te, noli timere, ego enim sum Dominus Deus tuus,
Sanctus Israel, Redemptor tuus.
Rorate caeli desuper, et nubes pluant iustum.
Enviad, cielos, vuestro rocío de lo alto; y que las
nubes lluevan al Justo.
1. No te irrites, Señor, no te acuerdes más de nuestras iniquidades.
Mira que la ciudad santa está desierta:
Sión ha quedado desierta, Jerusalén está desolada,
la casa de tu santificación y de tu gloria,
en donde te alabaron nuestros padres.
2. Hemos pecado, nos hemos hecho semejantes al hombre inmundo
y hemos caído como hojas,
y nuestras maldades nos han arrebatado como el viento.
Escondiste tu faz de nosotros
y nos estrellaste en manos de nuestra iniquidad.
3. Mira, Señor, la aflicción de tu pueblo,
y envía al que has de enviar.
Envía al Cordero dominador de la tierra,
de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión;
para que Él mismo nos quite el yugo de nuestro cautiverio.
4. Consolaos, consolaos, pueblo mío,
que pronto vendrá tu salvación.
¿Por qué te consumes de tristeza y el dolor te ha demudado?
Te salvaré; no temas, pues Yo soy tu Señor y Dios,
el Santo de Israel, tu Redentor.
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