Y quedamos así, árbol y alma,
con mi mejilla hundida en tu madera.
Yo desnuda de tiempo, de memoria,
me cobijé en tu templo,
tú me ofreciste la savia de la vida.
!Qué inmenso abrazo!
Se desprendieron solos mis alambres,
encontraron raíces mis quejidos. El aire
me devolvió el aliento.
El sol detrás, retenía las horas.
Y mirando Dios,
llenó mis ojos,
y nos cubrió de lluvia.
Pilar Aranda
Un paseo por El Faedo, bosque de hayas en Ciñera de Gordón (León)