"...Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador..." (Miguel de Unamuno)


viernes, 15 de abril de 2016

Y no son conceptos ...




Ernst Haas


"Ángeles donde la luz se posa.
       Arco iris en los espejos de la noche.
       Y no son conceptos."

         Ester Folgueral.







Conozco el hambre del agua cuando duerme
entre estrellas en una charca oscura.
Conozco la vasija donde se hace el hombre,
el brillo de los renacuajos que lamen la luz,
las extrañas visiones de la niebla,
las edades del agua,
la fuerza del agua esculpiendo el mundo,
la humildad oscura transformada en diamantes.
Lo que siempre comienza.
lo que nunca termina.
Lo que canta en el agua.

Ester Folgueral.



Poeta leonesa nacida en El Bierzo. 
Exquisita.




sábado, 9 de abril de 2016

Desfiladero de Piedrasecha









El desfiladero de Piedrasecha, al norte de León, en la montaña occidental leonesa.

Encontré este vídeo y recordé la primera acampada de mi vida.

Fue durante el verano, al acabar el curso de COU, decidimos en la pandilla habitual realizar una excursión a este desfiladero, era habitual salir "de marcha" a recorrer alguna senda. Y, por primera vez (después de insistir e insistir), nuestros padres nos permitieron pasar la noche allí. Un grupo de doce, si no recuerdo mal. Los chicos de la pandilla eran expertos en marchas de montaña. Llegamos hasta allí en autobús, cargados con las tiendas, mochilas con provisiones, sacos de dormir, guitarras, piquetas y demás artilugios.

El recorrido lo iniciamos en el pueblo leonés de Piedrasecha, que se encuentra a 36 kilómetros de León. El autobús nos dejó junto a la carretera, en un ensanchamiento de la misma que se halla a la entrada del pueblo.

Comenzamos a caminar para buscar un sitio donde acampar.

Montamos las tiendas en una pendiente bastante pronunciada, al lado del río. Un lugar muy bonito aunque dificultoso para acampar. Nos gustó mucho y decidimos quedarnos allí. Una vez instalados, recorrimos el lugar, la llamada "Ruta de los Calderones".





Al inicio de la Ruta de los Calderones se encuentra esta ermita, donde se venera a la Virgen del Manadero, pues a sus pies hay una fuente por donde mana el arroyo de los Calderones en tiempo seco.

La ruta se inicia en Piedrasecha, para tomar después una vereda casi paralela al río. Al seguir avanzando, pronto se observa que el río ya no fluye en superficie, sino que su circulación es subterránea, fenómeno característico de los terrenos de naturaleza caliza. Así, se cruza todo el desfiladero, con paredes verticales, que en algunos puntos casi llegan a tocarse. El camino progresa sobre el antiguo lecho del arroyo, entre cantos rodados y marmitas gigantes. Cuenta un pastor que una vez, una corza perseguida por los perros, saltó de un lado a otro del desfiladero; así de angosto es el paraje. 

Una ruta maravillosa y un lugar como de cuento.


Desfiladero de Piedrasecha


Regresamos al campamento y, al anochecer, encendimos fuego, preparamos la cena (asamos chorizos, compartimos embutidos y tortilla de patatas) y una "queimada" (bebida cuyos ingredientes principales son el aguardiente y el azúcar, a los que generalmente se les añade: corteza de limón o naranja). Comenzamos a cantar con las guitarras alrededor de la hoguera y a contar historias de miedo. Lo que no sospechábamos era el susto que llegaría después.

Y recuerdo especialmente una canción: "Compañeiro sei tocaire" y la risa que pasamos al cantarla. Al final, no sabíamos qué tocábamos: el tamborileiro, bocineira, pianola, violineira, zumbadeira, trianguleiro, guitarreira, instrumentos que se nombran en la canción.

No la había escuchado más, era muy habitual cantarla en la pandilla, nos la enseñó uno de los amigos, Luis, y ésta es la versión que cantábamos con la guitarra alrededor del fuego.




Nos fuimos a las tiendas tarde y, casi a punto de dormir, escuchamos aullar al lobo. Nadie se movía. En la tienda de las chicas sólo nos miramos, permanecimos en silencio, impresionaba. Desde la tienda de los chicos, Juan nos tranquilizó diciendo que los lobos no bajaban al valle durante el verano. Aulló de nuevo sólo una vez más. Nadie decía nada, aún recuerdo el susto, parecía encontrarse cerca.

Mi abuelo me había contado que una vez se encontró con uno de frente, y lo aconsejable era mantener la calma y no correr, el lobo se iba si no estaba hambriento. Pero la impresión era tan tremenda que hasta el vello se erizaba, como escarpias. No dije nada, no era cuestión de asustarnos más. Aunque pensaba en las palabras de mi abuelo: "si no estaba hambriento"...

Nos fuimos quedando dormidos. No aulló más.

Al amanecer, despertamos y escuchamos acercarse pisadas de animales. Lo primero que pensamos fue que venía ¡el lobo!!! Al principio, nadie se movió. Al cabo de un tiempo, reaccionamos. Decidimos salir a mirar.
Salimos y respiramos, se acercaba un pequeño rebaño de ovejas, y escuchamos lo que nos pareció en aquel momento un maravilloso sonido, ¡beeeeee!!! Daban ganas de abrazarlas a todas. ¡No era el lobo!!! 

Algunas piquetas de las tiendas se habían desclavado, ni sé cómo permanecían sin desplomarse.

Nos fuimos al río, que se encontraba bajando la pendiente desde el campamento, en medio de la risa y la algarabía. Recuerdo el agua muy transparente,  cristalina.
Pero el recuerdo más vivo es la risa que pasamos cantando: "Compañeiro sei tocaire, compañeiro qué sabes tocaire..." racataplán y racataplán... Una pandilla encantadora. Éramos distintos y, sin embargo, parecidos en la forma de entender la vida. Cuando comenzamos la universidad, nos dispersamos más, pero alguno de ellos formó parte de la tuna de Medicina de Oviedo, y allí seguía con su guitarra y tan "salao" como siempre. Nos volvimos a encontrar. Y hoy todavía nos vemos y mantenemos la amistad.

Cuando contamos en casa el episodio del lobo, se acabaron las acampadas por una buena temporada. No demasiado tiempo, siempre se nos ocurrían nuevas rutas, nos encantaba. Y bailar, cantar,  hablar.

Nunca más lo he escuchado aullar. Me contó un amigo de Villamanín que antaño, cuando las nevadas eran más copiosas, era habitual que los lobos bajaran al pueblo en busca de alimento, él los vio algunas veces desde la ventana pasear. Ahora, ya no aparecen.


Un documental sobre el lobo ibérico  en las montañas del norte de España, con el aullido, dice que hiela los corazones.

Cuenta la leyenda que la mirada del lobo paraliza, impide correr, helando la sangre de sus víctimas.
Tal como me contó mi abuelo materno, no es cierto, lo mismo que se comenta en el vídeo, pero sí que se eriza el vello como escarpias; aún recuerdo su gesto al decírmelo, era muy expresivo, escuchaba muy atentamente sus relatos, interesantes, detallados, sosegados, recorrió frecuentemente estas montañas, las conocía bien.