"...Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador..." (Miguel de Unamuno)


martes, 27 de diciembre de 2011

Edelweiss, flor de las nieves, una flor de leyenda







Leontopodium alpinum, conocida como flor de las nieves o con la palabra alemana Edelweiß (grafía alternativa Edelweiss). Es una flor que crece en pequeños grupos en las praderas alpinas y roquedos de altura de las cordilleras europeas, de no más de 10 cm de altura, con un color blanco y tonalidades verdosa o amarillenta. Es la flor emblemática de las alturas y por ello ha sido largamente esquilmada, habiendo desaparecido de muchas zonas y siendo mucho menos frecuente que hace unas pocas décadas, debido a lo cual ha sido protegida en territorio español, estando prohibida su recolección. En la actualidad, en España se encuentra solamente en el Pirineo, sobre todo en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, del que es su símbolo, y, aunque raramente, se puede encontrar también en las montañas del norte de León. El término Edelweiß, significa en alemán "blanco noble" o "blanco puro".





La leyenda de esta flor es preciosa:

Allí, donde cada lugar es acariciado por un tenue manto helado, donde la nieve cubre las cumbres de las altas montañas y el frío recorre los valles y congela los lagos; allí, en un lugar perdido entre el paisaje de la enigmática Suiza, es donde cuentan que aquella historia ocurrió. Una historia que, aun a pesar de haber sucedido hace tantísimo tiempo, su significado ha hecho que no se olvide, y que con cada nueva nevada su espíritu vuelva a resurgir.
Cuentan que él, joven y apuesto, se hallaba enamorado de una mujer, decían, de una belleza casi comparable a la pureza de la blanquísima nieve que cubría el pueblo cada invierno, de tez pálida, ojos grisáceos, cabellos blancos y rasgos finos y suaves, convirtiéndola en una albina extremadamente hermosa. Edelweiss, se llamaba.
Se encontraba Edelweiss recogiendo agua de la fuente cuando él se acercó y, tímidamente, la cogió de las manos. Llevaba días escogiendo las palabras adecuadas para confesarle lo que sentía, pero ahora, bajo la hechizante mirada de esos ojos como la niebla, casi pareció olvidar por completo aquel discurso que se había aprendido de memoria y titubeando alcanzó a decir, de la manera más sencilla y sincera:

No podría demorar por más tiempo, amada mía, el momento de confesarte todo aquello que por ti siento. Sufro cada noche y cada día de dolor por dentro, al reconstruir tu bello rostro no sólo cuando sueño, sino también a cada instante que cierro los ojos, pues, es este sentimiento tan grande e imparable que una tempestad que amenazase con arrasar el pueblo, no podría ni con toda su furia, llevarse un solo ápice de mi afecto. Ni siquiera toda la nieve de estas montañas que nos rodean sería capaz un solo momento, de apagar el fuego que hace latir cada uno de mis órganos al veros. Vengo a deciros, gentil Edelweiss, que os amo con todo mi ser.

Sorprendida pero halagada, entrecerró coquetamente los párpados, dejando solo entrever una pequeña parte de sus iris plomizos a través de sus largas pestañas. Recorrió su rostro mirándole silenciosamente dejando la otra de sus manos entre las de él. Sonrió tiernamente, y con un gesto en un tono totalmente diferente, habló con ironía:

-¡Oh, Amado mío! ¡Abrumada me hallo ante tanta galantería! Pero no me malinterpretes, puesto que recibo tus palabras con el dulce mensaje con el que las proclamas. No obstante, ¿no te parece que toda declaración debe estar acompañada de hazañas?

Abrió los ojos aturdido, y con firmeza volvió a apresarla entre sus manos, mientras dijo convencido:

-Hermosa Edelweiss, aquí, donde me veis, os pregunto: ¿Qué es lo que queréis?, porque os aseguro que conseguiré todo aquello de lo que carezcáis, si así consigo demostraros lo que profeso y conseguir aunque sea una mínima parte de vuestro desvelo.





Sus finos labios sonrieron dejando ver una dentadura perlina y una melodiosa carcajada rompió la seriedad que los comprometía en ese momento. Después, alegó risueña:

-¡Enamorado mío! Os tomo la palabra y os digo, que si no es verdad que por mi amor lo que fuera haríais, este es el momento de que huyáis, porque el reto que os vengo a proponer no está al alcance de miedosos y cobardes.

La miró sin mediar palabra, dando a entender que quería escuchar atentamente su propuesta, excluyendo cualquier desliz en su rostro que pudiera romper el compromiso al que se entregaba. Ante la seguridad de él, ella prosiguió:

-Cuenta la leyenda, que una noche, una de las estrellas de las que relucen en el cielo le lloró a la luna y le declaró que sentía envidia de todo aquello que vivía en la tierra y que deseaba abandonar el firmamento para convertirse en una flor. La luna sintiéndose despechada decidió vengarse enviándola al primer pico más alejado de la tierra que en ese momento divisó, eligiendo el Dufourspitze, la enorme montaña que custodia nuestro pueblo. Allí, la estrella, bañada por la nieve se transformó en una hermosísima flor de pétalos blancos, que siempre estaría sola en lo alto de la montaña. Es la llamada flor de las nieves.

Hizo una pausa y rompiendo el tono solemne con el que había narrado la historia, recuperó el matiz socarrón al decir:

-Si es verdad que por mi murieras, allá a buscar esa flor fueras… Y ya te aviso, que si no la consiguieras, tampoco mi amor obtuvieras.

El rostro del joven palideció un momento. Después volvió a recobrar color cuando sus mejillas se encendieron mientras oprimía los puños y apretaba los dientes. Sus ojos casi llamearon cuando juró:

-¡Por tu amor Edelweiss, yo te traeré esa flor!




   
Y se marchó con un firme caminar.
Dicen que pasaron muchos días y que el joven nunca regresó. También dicen que aunque ella reía todas las mañanas cuando la luz le descubría el rostro, por las noches, cuando nadie la veía, sollozaba y rogaba que él volviera junto a ella.
Acabó perdiendo el juicio, sin salir de casa y llorando amargamente todas las noches mientras contemplaba el Dufourspitze.
Su pena culminó una de aquellas frías y largas noches, en la que según cuentan las descendencias de los vecinos de aquel lugar, a las tinieblas salió, totalmente desnuda a buscarle, gritando su nombre hasta desgarrarse la voz.
Desde entonces en su honor, la flor de las nieves es llamada ahora Edelweiss y es símbolo del amor verdadero y eterno, como el de los dos jóvenes que murieron arropados por la nieve.
  








miércoles, 21 de diciembre de 2011

Caldereta de cordero

 

 

Típica caldereta para realizar el guiso




Caldereta de cordero

La caldereta es un guiso típico de pastores con carne de cabrito o cordero.


Caldereta
 
Fundida en hierro está y al fuego puesta
con el aceite el ajo y la cebolla
donde el cordero friendo desarrolla
su aroma en pimentón de alegre fiesta.

Cubierto en agua espera la respuesta
hirviendo en los calores de la olla
mientras recibe el vino de la alcolla
que redobla en bondad tan noble apuesta.

Cultura es de pastores, braña y chozas,
de frío y hambre en soledad de lobos
este yantar que cuece a fuego lento.

Y este saber antiguo es el que gozas
en sabor de cordero y sus arrobos
que da a la caldereta temple y tiento.
 
(Soneto. Julio González Alonso)


Es la comida-celebración por excelencia en los territorios pastoriles:


Frite a la manera de la Tercia (Villamanín)
 
Ingredientes (para 10 personas): 
 
 
1 cordero de 25 kg. en vivo, de tres meses, media cebolla, 1 cabeza de ajos, 6 cucharadas pequeñas de pimentón, menos de una botella, de un litro, de vino blanco, un poco de coñac, aceite de oliva, sal y agua.
   
Preparación
  
  1. Se corta el cordero en trozos regulares
  2. En la caldereta, que ha de ser de hierro, se vierte un chorro de aceite y se añaden la cebolla y los ajos picados.
  3. A continuación se pone la carne por capas, salando un poco cada una de ellas. Hecho esto se añade el pimentón, el vino blanco y el coñac, y se cubre con agua para dejarlo cocer 1 hora, al mismo tiempo que se remueve, de vez en cuando y se prueba de sal.
  4. Cuando el cordero esté casi hecho, algo que notaremos a medida que se va secando el guiso, machacamos en un mortero 5 ó 6 dientes de ajo, añadiendo un poco de agua. Se vierte en la caldereta, incluyendo agua si no hay mucha salsa. Se remueve para que entre el ajo y se da un hervor.
 
Antiguamente se guisaba con el hígado, que previamente se había machacado con 5 ó 6 dientes de ajo, para que el caldo adquiriese cierto espesor.
 
La caldereta se elabora igual que la frite pero se utiliza una res adulta (oveja machorra), y se ha de añadir más agua a la caldereta, hasta que queden cubiertas las tajadas.
 
Deliciosa.
     
 
Caldereta tradicional de los pastores en la montaña | Receta popular