Gloria por la Palabra que mi boca no acierta a decir nunca, mientras mi mano tiembla o deja garabatos rotos como la nieve que a copos viste de niñez los montes. Por el lucero rojo que acompaña a la luna. Por el olivo cano, desde chico tan serio, que luego da el aceite con su risa de oro. Por el lomo estrellado de la trucha que se parece al manto de Merlín. Gloria por el rocío y el diminuto cielo que deja en cada brizna. Por la caja de música que suena en el verano –con el lucero, el grillo; con el sol, la chicharra–, porque saben sus notas el más secreto anhelo. Gloria también por todas las cosas que no sé.
serán días y azules mientras la infancia dure. Si tu adulto te enferma, que tu niño lo cure. Saber vivir con poco es la suma elegancia.
El color y la luz ya son una abundancia. Con ellos dos nos basta. Que el niño no madure, y que en lo elemental no se transfigure. Crecer es un delirio; morir, una arrogancia.
"Para él, una manzana es tan intensa como el mar, y una abeja, tan sorprendente como un bosque. Se sitúa frente a la Naturaleza con ojos penetrantes y admira la idéntica belleza que tienen por igual todas las formas. Entra en lo que se puede llamar mundo de cada cosa, y allí proporciona su sentimiento a los sentimientos que le rodean. Por eso le da lo mismo una manzana que un mar, porque sabe que la manzana en su mundo es tan infinita como el mar en el suyo. La vida de una manzana desde que es tenue flor hasta que, dorada, cae del árbol a la hierba es tan misteriosa y tan grande como el ritmo periódico de las mareas. Y un poeta debe saber esto. La grandeza de una poesía no depende de la magnitud del tema, ni de sus proporciones ni sentimientos. Se puede hacer un poema épico de la lucha que sostienen los leucocitos en el ramaje aprisionado de las venas, y se puede dar una inacabable impresión de infinito con la forma y olor de una rosa tan solo."
Federico García Lorca: «La imagen poética de Luis de Góngora»